Descubrí el exclusivo barrio inglés escondido en Caballito

Un recorrido por seis manzanas que son un oasis en la ciudad; hay casas de hasta 800.000 dólares; tienen seguridad las 24 horas y los autos duermen en las calles; por qué sus vecinos adoran este lugar


Por   | LA NACION

Toc, toc, toc. "¿Podés bajar la ventanilla? ¿Dónde vivís? ¿Por qué estacionás acá frente a mi casa? Hace rato que mi hermana da vueltas y no encuentra un lugar". Es mediodía, hace calor y Josefina interpela a un taxista que se acomodaba para descansar a la sombra. Ella tiene 24 años y desde los dos vive con su familia en el "barrio inglés", en Caballito. "Me encantó crecer acá", dice, en la vereda de su casona en la calle Ferrari al 900. "Es diferente a otros barrios, siento que, como algunas zonas de Puerto Madero, este es uno de esos lugares especiales en el mundo". Habla de su casa "lejos del tumulto" y se le pasa el enojo con el taxista.
Julieta describe al barrio, que tiene como límites las avenidas Pedro Goyena y del Barco Centenera y las calles Valle y Emilio Mitre, como una "comunidad bastante cerrada". En esas seis manzanas la mayoría de los vecinos se conoce, participa de una cadena de mails que se activa cuando hay algo que resolver, y hasta tiene agendado los celulares de los demás. "Recuerdo que yo pasaba a buscar a los chicos de la cuadra en bicicleta, eran los amigos del barrio; se armaba un grupo lindo con los de la edad", dice. "Ahora, si bien no es tan así, hay contacto entre todos, sabemos más o menos quiénes viven, es bueno para el barrio".
Uno de los problemas que tenían y que resolvieron entre los vecinos fue el de la inseguridad. Decidieron pagar un adicional a la Policía Federal y tener custodia las 24 horas. "Acá muchos no tenemos garaje, pero no hay tantos autos. Lo que tenemos que bancarnos es que vengan a estacionar de otros barrios porque tienen sombra y seguridad. Por eso lidiamos con los taxistas", dice. "Pero bueno, la calle es pública", reconoce. Sonríe.
Algunos vecinos cuentan que el barrio inglés adoptó ese nombre porque antiguamente vivían familias de ingleses que vinieron a proyectar el primer tramo del ferrocarril; hoy, el Sarmiento. El estilo de estas casonas es ecléctico: combina el Tudor, una corriente arquitectónica surgida en el siglo XV en Inglaterra, con detalles gregorianos e italianos. Los tres arquitectos que lo proyectaron Lanús, Molina y Ferrari son un sello que se conserva en las fachadas de los palacetes, algunos de los cuales también exponen el nombre de sus dueños. "Casa custodiada", también es un cartel que se replica en los frentes.

En El portal de Caballito, una voz autorizada según los vecinos, se informa que el nombre de esta zona fue impuesto por las inmobiliarias, a mediados de los años '60. Hasta entonces se llamaba "Barrio del Banco Hogar Argentino". Incluso algunas de sus calles llevan justamente el nombre de los funcionarios de esa entidad. A finales de los '20 este banco compró los terrenos, potreros donde se criaba hacienda, y construyó el barrio tal como se conoce hoy. El proyecto se basaba en la construcción y la venta con un crédito hipotecario a cargo del banco. En el corazón del barrio, en la calle Ferrari, una placa de mármol informa: "Antonino Ferrari, Presidente de Banco Hogar Argentino, ordenanza municipal 1923".

Nélida Grandoso sale de su palacete de Valle al 900. Tiene 86 años. Lleva maquillaje generoso, sus finos labios pintados de bordó, su cabello rubio carré, pollera y blusa, un monedero de cuero debajo del brazo. Con algo de desconfianza, desde atrás de la reja, dedica unos minutos a hablar del barrio en el que vive hace 44 años. "Mis abuelos vivieron toda la vida en Valle al 500, a unas cuadras de acá. Siete hijos tenían. Mi papá vio construir este barrio", aclara; parece orgullosa. "Cuando mis papás se casaron, como estaban con muchos problemas económicos se quedaron ahí con su familia. Pero a él siempre le gustó el barrio inglés, era más refinado". Nélida empieza a entusiasmarse.
"Cuando me casé yo, con un militar que no sé para qué conocí, me encantó esta casa y vimos que estaba a la venta. Cuando le dijimos a papá nos dijo que le parecía mucho, que era muy opulenta. Nosotros vivíamos en una casa más modesta. Pero al final conseguimos la plata", dice. Todavía recuerda que costaba 10.000 pesos moneda nacional. "Mi papá nos prestó 5000 y nosotros pusimos dos mil; para el resto sacamos un crédito al banco, que daba facilidades". Se refiere al Banco Hogar Argentino.
Nélida empieza a describir la casa y reconoce, ahora, que quizá era exagerada para los recién casados. En la planta baja la casa tiene living, sala, comedor, patio y un baño para el servicio doméstico; una escalera de roble conecta a un descanso, un piso intermedio con una habitación pequeña -que, aclara, también está pensada para una mucama. Arriba hay tres habitaciones. "Tiene todos los placares empotrados, puerta que abrís es un placard. Son elementos muy nobles. Todo piso de parqué de roble", precisa. "Ahora esa calidad ya casi no se ve".
Ella, más allá del confort de la casa, siente que este es el barrio de su familia. "Conozco Londres, claro. Me hace acordar el tipo de casas nuestras. Pero estoy muy aferrada porque esta es mi casa y la de mis hijos", dice. Entonces viaja más atrás aún en el tiempo. "Valle es mi mundo. A tres cuadras me crié con mis primas en la casa de mis abuelos. El otro día recordábamos que tío Vittorio nos llevaba en el guardabarros del auto en los carnavales de Flores; íbamos vestidas de gitanas".
Ahora sí cae en la cuenta de que se tiene que ir. "Cada tanto nos reunimos los vecinos más viejos en una confitería para recordar aquellas épocas de Valle", alcanza a decir antes de quitarle llave a las rejas y salir a la calle.

UNA CONCESIONARIA DE LUJO A CIELO ABIERTO

El oficial encargado de seguridad del barrio, Fabián Lorca, toma mates y mira una serie en un televisor 14 pulgadas en una de las dos garitas de monitoreo del barrio. Tiene la custodia de 98 casas. Cuenta que de los cinco años que hace que está en el barrio nunca presenció un robo. "Es muy tranquilo, un oasis en la ciudad", dice. Su estrategia es caminar, recorrer y también vigilar desde su garita vidriada.
En el barrio inglés la mayoría de los autos duermen en las calles, que parece una concesionaria de lujo a cielo abierto. Algunos vecinos se las ingenian para estacionarlos sobre la vereda, detrás de las rejas del frente de casa, el espacio que suelen ocupar los jardines. "Ni un robo de estéreo hay, parece increíble", reflexiona Lorca. Se sirve un mate. Según recuerda, a fines de los '90 la zona se había puesto complicada. Lo adjudica a las "banditas" y a que muchos usuarios del subte cruzaban por el barrio. "Siempre algo faltaba, algunas manijas de bronce de las casas, también había arrebatos", menciona.
El oficial cree que "se sabe de la presencia policial y eso alejó ese tipo de gente". Algo que también ayuda a mantener la seguridad es -considera- la solidaridad entre vecinos. "Todos están atentos a los movimientos y saben que cualquier cosa rara que ven nos avisan y estamos".
Esa conexión también se vuelve un estricto control con los vecinos que encaran alguna reforma. El barrio inglés es un espacio protegido a partir de una ordenanza del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires: no se pueden modificar las fachadas, está prohibido edificar en altura y, si alguien agrega un segundo piso a su casa, debe hacerlo a 40 metros del frente para que no se vean cambios desde adelante.
Elba vive hace 21 años con su familia en uno de los tres PH que hay en el barrio, en Ferrari al 1000, una calle angosta techada de árboles. Dice que fue amor a primera vista. "Siempre fue bello, la construcción, la paz. Es una especie de isla con ruido alrededor", describe. Y es de las que agradece que se haya declarado "área histórica". No se olvida más de un día en que la familia de la planta baja empezó a romper una pequeña pared donde se asentaban las rejas. "Habrán dado dos martillazos los albañiles y ya se cruzó el vecino de enfrente a ver qué hacían", dice. Al final, explicaron y pudieron avanzar con ese cambio, que no modificaba la fachada.
"Los vecinos de enfrente eran distinguidos", dice. "Ahí vivían los Concepción" [el economista Alfredo Concepción fue presidente del Banco Central durante la presidencia de Raúl Alfonsín]. "Alfonsín venía mucho por acá", agrega. También menciona otro de los orgullos del barrio: "A la vuelta de acá se crió [Martín] Maldasena, un joven tipo Einstein".

El sol del mediodía agobia, no llama a conversar. Ella invita a pasar a su casa. Una escalera que es su orgullo conduce a su piso: en el estar, un espejo ocupa toda la pared. En el living - comedor se impone la madera. "Todo pinotea", aclara. [La pinotea es un tipo de madera muy costosa usada sobre todo en los '50]. Tras la puerta y la pared de 45 centímetros de ancho está la cocina, desde donde llega el olor a salsa que prepara la mucama. También abre su terraza, desde donde se ve la maqueta perfecta de casonas de grandes fondos, algunos con piletas de natación. Los patios convergen en el centro de la cuadra y conforman un pulmón verde.
"A la madrugada acá te despiertan las calandrias", dice. Y habla de otra de las virtudes del barrio: "Se valora mucho el silencio, hay mucho respeto". Como ejemplo, habla de una regla implícita: no se puede enseñar música. "Escuchar sí", aclara. "Pero en un volumen razonable, claro". Recuerda que hace unos días una de sus hijas estaba preparando un final y escuchaba la batería de un vecino de fondo. "Supo que era Ignacio. Como tenemos los teléfonos de casi todos, lo llamó y le pidió que suspendiera por unos días. El le hizo caso. Hay mucha consideración acá".
Elba se dedica a la pintura. Dice que a este barrio no lo cambiaría por nada y que si se va lo sentirá en el alma. "Si te manejás por Caballito es una panacea, es soñado. A mí lo único que me queda afuera es la ginecóloga y la odontóloga; a lo demás lo hago todo por acá". Se la nota plácida detallando las bondades de su lugar. Son más de las dos de la tarde. Para algunos ya es la hora de la siesta. Elba acompaña a la salida, de nuevo por las escaleras macizas de roble que son su orgullo. En la puerta principal se detiene para dar un último detalle. Muestra una aplicación de bronce en el marco. "Me contaron los vecinos que acá vivía un ingeniero que está desaparecido. Forzaron la puerta por eso", dice. Aclara que no sabe si creer la historia.

HUBO UNA ÉPOCA...

Los vecinos recuerdan: hubo una época en que el barrio inglés formaba parte del tour oficial de la Ciudad de Buenos Aires; hubo una época en que estudiantes de arquitectura y diseño venían a inspirarse en sus maquetas; hubo una época en que el barrio era fotografiado o filmado por artistas; hubo una época en que no se necesitaba protección con alarmas, rejas y seguridad las 24 horas; hubo una época en que ningún cartel de "en venta" duraba más de unos pocas días porque había lista de espera de compradores; hubo una época en que se conocían todos.
De traje y corbata y zapatos de vestir Guillermo Rivero es uno de los pocos vecinos que se ve a esta hora en la calle. Una brisa tibia pone a volar copos blancos de uno de los palos borrachos del barrio. Este abogado no va solo: está con dos caniches toy que lo llevan a su ritmo. "Dejo que se tomen su tiempo porque estoy de vacaciones", cuenta. Se agacha, recoge los desperdicios de sus perros en una bolsa, sigue su marcha lenta bajo los árboles. Está justo enfrente de una casa en la esquina de Mitre: rejas trabajadas, molduras imponentes sobre puertas dobles, faroles, campanas a modo de timbre, "letters" tallado en el buzón de cartas.

Hace siete años que vive a metros del barrio inglés y dice que no cambiaría por nada este lugar que descubrió. "Mirá ese BMW, ese Nissan. Valen una fortuna y están en la calle. La tranquilidad que uno tiene acá no es fácil de encontrar en la capital", considera. "Y eso que está un poco venido a menos. Por ejemplo, hay una casa en la esquina que tiene varios electrodomésticos afuera, en una galería. No sé si la están por desocupar, pero así queda horrible. Eso antes no se veía".
El corredor inmobiliario Gustavo Giannuzio, socio de Justevila, una firma de emprendimientos inmobiliarios que trabaja con propiedades de esas manzanas, confirma que si bien el barrio aún se considera exclusivo quedaron atrás las épocas en que las propiedades se vendían sin necesidad de colgar un cartel. Lo adjudicó al mal momento del mercado inmobiliario en general y al cepo cambiario. Informa que una propiedad varía entre 350.000 dólares -si es pequeña y con pocas refacciones- y 800.000 las más grandes. El metro cuadrado promedio está entre 2000 y 3000 dólares.
La familiaridad también es un valor que empieza a perderse. Para Jorge Rodrigo, un vecino de Cochimayo al 300, es una pérdida importante. Hace siete años y medio que vive acá y se mudó para que sus chicos crecieran como él con un fondo generoso y en la vereda. "Viví bastante en las sierras de Córdoba", aclara, como si allí residiera el rastro de esa idea romántica de poder criar a sus hijos al aire libre. "Esto es una islita. Acá somos muy familieros, nos cuidamos unos a otros. Son de muchos años las familias que viven acá", dice. Habla de una excepción. "Hace un tiempo compraron unos coreanos y se armó una conmoción en el barrio. Es lógico", agrega.
Las veredas están casi desiertas. Cada tanto, pasa algún auto a poca velocidad. El empedrado ayuda. El transporte escolar es el vehículo de mayor porte que transita por esa zona exquisita de Caballito; se ve uno que circula a esta hora. Ninguna línea de colectivo atraviesa sus calles internas. Una empleada doméstica, con corte a lo garzón, barre con energía un balcón de una casona; abajo, en la casa vecina, tres albañiles jóvenes conversan en los escalones de ingreso a un zaguán en remodelación.

La cuadra en la que vive la familia oriental "de la conmoción" también está tranquila. Sólo un detalle: enfrente de la casa en cuestión la agente Paola Gómez custodia el lugar. "Estoy por protección de persona. Es la casa de un oriental que por una amenaza de otra familia china pidió custodia", informa. "También hay otros vecinos que piden custodia de bienes, a veces. Eso es más común en esta zona. Suele ser gente que vive en el extranjero, que pasa algo, muere alguien acá en la casa, por ejemplo, y necesitan proteger la casa hasta que vuelva alguien".
Gómez dice que también en la comisaría del barrio se reciben muchas denuncias de discusiones domésticas: que el perro le rompió las plantas, que las medianeras, que el vecino construyó sin permiso y el quincho le tapa el sol. Más allá de eso, ella coincide en la tranquilidad de la zona. "Acá no pasa nada, no hay necesidades. Pero si te fijás a un par de cuadras ves gente durmiendo con colchones en la calle". A pocos pasos de la esquina que custodia la joven policía, un cartonero escarba en un contenedor.











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